TRANSFORMACIÓN ARQUETÍPICA DE LAS CONSTELACIONES

SERIE: TRANSFORMACIÓN ARQUETÍPICA. CÓDIGOS DE LA NUEVA HUMANIDAD
Presentamos una serie de narraciones que se desarrollarán en la Nueva Tierra, historias sobre los procesos de transformación de la conciencia humana, relatadas por sus protagonistas. En estos relatos llenos de intención en la consecución de un nuevo paradigma, podremos sentir la gran capacidad humana, donde el amor incondicional, es el reflejo del duro proceso experiencial realizado.
Agradecemos que la información sea compartida. Equipo Seshat

Meditación Luna en Acuario

Conozco y honro la Ley Divina, por ello contribuyo en la supervivencia de la Conciencia Humana. Soy juez de mí mismo/a. Acepto con Amor mi contribución a la Vida y al Plan de Creación Global. Me entrego y con toda mi capacidad de amar sirvo al plan, por amor y devoción a Dios Padre/Madre. Soy el amparo del Verdadero Hogar.

Nos colocamos en nuestro espacio sagrado…
Relajamos el cuerpo, comenzando por las extremidades, tronco y cabeza…
Nos conectamos con nuestro ritmo de respiración y con nuestro Corazón Sagrado…
Sentimos como nuestra esfera de conciencia, penetra dentro del Corazón, abriéndose paso lentamente…
Solicitamos la presencia de nuestro Séquito de Luz y visualizamos como nos acompañan estos magníficos seres en este precioso y mágico viaje…
Un increíble y poderoso haz de luz aparece proyectado desde lo más elevado de nuestro Ser y se instala asimismo en nuestro corazón. Es la voluntad de nuestro Ser Superior.
Ante nosotros, se abre una gran puerta de intensa luz dorada, en su centro hay un vórtice energético, tan poderoso y amoroso que sentimos ganas de penetrar en su interior.
Al permitirnos ser absorbidos, accedemos a un espacio en el que el silencio es absoluto. Y en este silencio, respiramos mientras nos conectamos con nuestro cuerpo de Luz. Ante nosotros aparecen incontables imágenes, en las que son proyectados todos nuestros logros como seres humanos. Nos sentimos agradecidos y orgullosos, de haber conseguido ser la expresión de lo más inmenso y poderoso, nuestro Gran Ser Espiritual… ese que en realidad siempre fuimos nosotros…
Todo se produce en el más absoluto silencio. Sentimos nuestro Espíritu más anclado que jamás antes lo hubiéramos sentido. Sentimos nuestra completitud y nos fundimos profundamente con ese sentimiento. Es tanto el Amor y la paz por lo que estamos viviendo, que un extraño éxtasis nos abraza, produciéndonos un estado de Amor tan puro, que no existe nada más en el Universo capaz de provocar ese sentimiento tan profundo…
Es el abrazo de Dios Padre y Madre…

(pausa)

Estamos de nuevo en Hetram. De repente un hada revolotea a nuestro lado, nos revela que su nombre es Salomé. Incansable, espera a que decidamos acompañarla. Como si fuéramos de nuevo niños pequeños, encantados, vamos tras Salomé, decididos a divertirnos con ella y con lo que vamos a descubrir.
Debemos recordar, que en Hetram el reino de los elementales, también se sintetizó y ascendió, por lo que forma parte del reino arco iris, ese único reino al que pertenecen todos los seres vivos, sin excepción.
Salomé es ágil y juguetona y casi tenemos que correr para seguirla. Esquivamos grandes árboles de más de ocho metros de altura, pequeños grupos de juncos y otra mucha vegetación, que todavía no conocíamos. Sin casi habernos dado cuenta, estamos en medio de un precioso y espectacular Bosque. Salomé, se detiene y nos permite sentir la vida que habita en él. Sentimos una gran emoción que nos arropa. El silencio es conmovedor, pero también lo son los colores y los aromas, así como las luces que se filtran por todos los rincones.
Algo llama nuestra atención, es un silbido ligero que parece que quiera meterse en nuestra oreja, nos reímos tras sentir unas cosquillas por la cabeza. Pequeños silfos y silfas, están rondando y soplando para que nos demos cuenta de que nos están acompañando. La brisa que los silfos levantan, es precisa y exacta, la que ofrece, el movimiento justo para mecer con gran cariño a las hojas y las flores que se encuentran en el camino. Ellas, lo agradecen, pues la brisa les hace saber que siguen ahí regalando su belleza a ese gran jardín, que es el Bosque. Jugamos con ellos y entonces es cuando descubrimos a hermosas nereidas, ninfas y ondinas, que con todo su cariño han dejado la cascada en la que se acicalaban, para venir a recibirnos. Son hermosas y muy, muy sabias. Ellas quizás no juegan, pero en cambio dan serenidad a todo el que está cerca de ellas. Las ninfas, exhiben sus mejores galas, hechas de trozos de hojas y de ramas. Algunas flores prestan también sus colores a las damas, con sus pétalos ellas se confeccionan preciosos sombreros.
Estamos maravillados, descubriendo a los seres que habitan en el Bosque. Nunca antes habíamos disfrutado de la magia que traen con ellos y ponen al servicio de todos.
Entonces Salomé, nos advierte que todavía no conocemos a las salamandras. Caminamos cerca de la cascada, hasta que alcanzamos una pequeñísima casa, que a modo de refugio, se halla disponible para todo aquel que desee hacer un receso en el camino.
Muchas más hadas, se añaden a la aventura. Las hay de todos los colores y con todo tipo de alas. Algunas parecen mariposas, otras sencillas y vaporosas libélulas, y otras pocas, no se parecen a nada conocido, pues han desarrollado un juego de magia y brillos, que hace que sus alas cambien de forma y color, exponiéndole al cielo todo su esplendor. Se congratulan de ello.
Cerca de la casa, podemos observar una gran explanada, pero si nos fijamos bien, una alfombra de innumerables hongos, se extiende por todo el suelo. Y si nos fijamos mejor, bajo los hongos parece moverse algo. Son enigmáticos duendes que se muestran a nosotros para conocernos mejor. La explanada es en realidad una gran ciudad, donde viven todos. Los hay ancianos, jóvenes y niños. Los hay juguetones, amistosos e incluso místicos. Los hay que sólo ríen con una inocencia especial y otros que serios, se responsabilizan de todos los demás.
Salomé, nos pide que entremos en la casa. Es tan pequeñita que tendremos que convertirnos en uno de ellos. Alguien ha encendido una hoguera que nutrirá nuestro fuero. Hermosas salamandras, nos acompañan para que aprendamos con ellas a ser la mágica representación de toda voluntad creadora.
Nos divertimos jugando y saltando sobre la hoguera, sabiendo que las llamas no nos queman, pero sí nos dan la fuerza necesaria para saber encontrar en nuestro corazón, la brasa del amor.
Una voz extraña, llama nuestra atención, se trata de un anciano duende, que siempre está cantando una preciosa canción. Todos los seres elementales le acompañan y juntos, cantan. Los escuchamos atentamente.

(pausa)

Salomé quiere que conozcamos la historia de la canción del duende. Así con mucha gracia y emoción, nos empieza a explicar el siguiente relato:
Iba el anciano señor duende caminando un buen día, cuando de repente en un nido hecho por águilas, encontró un precioso bebé de tan sólo unos días de vida. Sonreía, juntando sus manitas y sus pies. Al acercarse al bebé, se dio cuenta de que era una niña. Una niña muy especial. Sus gorgoritos, comenzaron a escucharse por todo el Bosque, llamando la atención de todos. Algunos al ser testigos de lo que estaba ocurriendo, gritaron:
- Un bebé humano en medio del Bosque!!!
Entonces, un gran despliegue de seres elementales, desde los de tierra, a los de fuego, agua y hasta los de aire, alarmados, fueron a llamar a sus congéneres. Cuando de repente, el anciano duende gritó:
- ¿Qué está ocurriendo aquí…? ¿A qué viene tanta algarabía…? Vais a despertar a la niña – se enfadó.
Yo, Salomé, que por entonces era una jovencita adolescente y descarada, reñí al viejo anciano cascarrabias, por impedirnos disfrutar con él de aquel mágico hallazgo.
Todos observamos como el duende, preparó el nido para ser transportado y se llevó a la niña a vivir con él.
Algo le ocurrió al anciano, pues no permitía que nos acercáramos. Se encariñó tanto con la pequeña que durante varios días y noches, no cejó de desvivirse por ella. La pequeña le respondía sonriendo y dando palmaditas. Sus ojos eran el vivo retrato del corazón más tierno y sagrado que jamás nadie hubiera imaginado.
Un buen día, los elementales se asustaron, pues escucharon como unos seres humanos merodeaban por el mismo Bosque y advirtieron que algo estaban buscando.
Como soy el hada más orgullosa de esta tierra, no tuve menos que acudir a enterarme de lo que estaba pasando. Me acerqué a la pareja que sigilosamente estaba ya a pocos pasos de donde nos encontrábamos. Eran, un joven muy apuesto, acompañado de su bella dama. Entonces, creí estar en lo cierto, al sentir que podrían ser ellos los padres de la pequeña.
Rápida batí alas y fui a comunicárselo todo al señor duende. Éste recibió muy mal la noticia.
Unos juguetones silfos, comenzaron a revolotear sobre la niña, a lo que ella respondía riendo y haciendo nuevos gorgoritos que aprendía durante el día.
Hálima, que así se llamaba la mujer humana que acompañaba a aquel señor, de nombre Karom, reconoció el sonido del bebé. Corrió tras aquella preciosa risa. Karom la siguió.
De repente, dieron con el señor duende, que hacía ver que no los había visto.
- Perdón – se escuchó decir a Hálima - ¿Dónde está la pequeña…? ¿La ha visto usted…?
- Pues claro. He sido yo quien ha cuidado de ella. Preparándole puntualmente su biberón, riendo y jugando y cantándole nuestra canción – aclaró el viejo que no debía ser tan gruñón.
Entonces Hálima, se acercó al señor duende con la intención de exigirle ver a la niña, pero rápido, cambió de opinión. Esperaría a que fuera el duende quien se la mostrara. Pues sintió que aquello era lo mejor.
Al Señor Duende, le llamaban así, pues era el más anciano. Ninguno conocíamos su nombre. Nadie supimos nunca porqué siempre era él, quien sabía todo lo que ocurría en el Bosque. Entonces viendo que el anciano duende ignoraba el deseo de Hálima, decidí intervenir:
- ¿Con qué alimentas al bebé…? – pregunté, como si nada, intentando entablar conversación con el viejo cascarrabias.
Mientras, el Señor Duende parecía ignorarnos. Sin siquiera mirarnos, continuó labrando su parcela. Finalmente dijo:
- Hiervo caña de azúcar, le extraigo el dulce. Macero en una cazuela, corteza de la planta lechosa de la papaya. Lo mezclo todo hasta formar un brebaje consistente pero líquido y se lo doy a pequeños sorbos – confesó, mostrando toda su buena fe.
- Pero, ¿sabes que la niña no sobrevivirá mucho tiempo con tan limitado alimento? Es un Ser Humano, no pertenece a nuestro reino – sentí que se lo tenía que advertir.
Un grave gruñido resonó, chocando contra los árboles, provocando que se sacudieran las hojas. El Señor Duende gruñía y labraba, intentando controlar sus emociones. Le había cogido un gran cariño a la pequeña, eso se notaba. En su fuero interno sabía que llegaría ese momento.
Fue entonces, cuando resignado, gritó:
- Esperad!!! – miró al cielo y continuó diciendo – cuando el sol se alinee con esa encina, tengo que darle su siguiente comida y se la pienso dar yo – dijo firme, quebrándosele la voz –. Cuando acabe de su siesta, os la entregaré – le aseguró a Hálima, con un gran nudo en su Corazón.
En el Bosque, todos los presentes quedaron mirando al cielo, tomaron asiento y observando el astro sol, esperaron en silencio. De tanto en tanto, unos dolorosos sollozos, rompían el silencio que habían creado entre todos. Eran las lágrimas del Señor Duende. Lágrimas que surcaban las arrugas de su cara para caer sobre la tierra, humedeciendo las semillas que plantaba.
Por fin, el sol se alineó con la encina y todos expectantes, comprobaron como el Duende daba de comer a la niña. La pequeña, no paraba de reír y hacer graciosas muecas que llenaban de Amor todos los rincones del Bosque. Cuando acabó su ración, el Duende le pidió a la pequeña que se durmiera y que llevara siempre con ella esa paz.
- Cuando despiertes estarás en una preciosa casa con ella, con tu madre y también con él, con tu padre. Yo nunca te podría dar, lo que ellos pueden hacer. Pero quiero que sepas, que siempre en mi Corazón te llevaré. He sido muy feliz durante estos días, cuidando de ti y explicándote bellas historias que durante eones, han ocurrido sólo en este Bosque. Eres quien más conoces mis secretos, por eso sólo a ti, te voy a dar mi nombre – se hizo una pausa.

Todos los presentes lloraban con el Duende, nadie osó emitir palabra. Hálima, los observaba llena de Amor, pues comprendía el dolor que suponía una separación. El Duende entonces, por vez primera en toda su existencia, dijo:
- Soy Dariel, el primero que aterrizó en este reino, cuando Dios creó este Bosque, para acoger a todos los que participamos de la creación de este planeta. He esperado eones, para conocerte, pues sé muy bien quién eres.
Mientras Dariel se explicaba, la niña se había quedado dormidita.
- Dejadme que le cante por última vez nuestra canción.
Todos quedaron de nuevo en silencio. Dariel, se acercó al oído de la pequeña y cantó. Su canción era el soneto más eterno que jamás nadie imaginó. El sonido alcanzó todo Hetram. El mensaje llegó a todo aquel que tenía que llegar. Cuando acabó de cantar, se dirigió más sereno que nunca a Hálima. Fue entonces cuando le dijo:
- Esta niña es muy especial. Abrirá al mundo, la Verdad. Sé que serás una buena madre y que el padre cuidará de ambas. No todo será un camino de rosas, pero al final, todo regresará a su lugar. No dudes nunca de eso – sentenció -. Ahora vete!!! Vete rápido, antes de que me arrepienta – gritó, denotando su gran enfado.
- Dime quien es mi hija – suplicó Hálima.
- Ella es la Madre de todos. Es el Corazón Humano que ha alcanzado el Amor Sabiduría Universal. Ella es la más auténtica Verdad.
Hálima, no se sorprendió, en el fondo lo sabía. Sintió la complicidad que existía entre su hija y el duende. No pretendía privar a Dariel del contacto con la niña. Entonces le propuso que de tanto en tanto, la acompañaría al Bosque para que se vieran. A lo que Dariel respondió:
- No. Deja que sea ella quien me encuentre. Yo cada día cantaré nuestra canción. Sabrá reconocerla – aseguró.
Hálima, se acercó por vez primera al bebé. Cuando la estrechó entre sus brazos, la niña sonrió dormida.
Dariel, caminaba cabizbajo y dando zancazos, de espaldas a la situación y sin girarse dijo:
- Su nombre es Handirae.
Todos perdieron de vista al Señor Duende. Sin más había desaparecido. Mientras Hálima y Karom caminaban con la pequeña Handirae, todos los seres que habían sido testigos, los acompañaban. Sin casi advertirlo, un águila se posó sobre una rama, la de un árbol que estaba en su camino. Y luego apareció otra, y más tarde otra, y otra más, y así hasta un centenar, quizás un millar. El camino de Handirae, quedó marcado para siempre por esta especial especie de aves.

Salomé no puede evitar el emocionarse tras explicarnos a todos los presentes, este precioso relato. De cómo el reino elemental y el osado Señor Duende, alimentaron con su amor a la Madre de la Humanidad.
Dariel, el anciano duende, se acerca a nosotros. Sabe que este día es muy especial para todos. Acuario, se adelanta y le abraza. Ella conoce muy bien a Handirae, pues gracias a esa capacidad de amar, Acuario fue capaz de entregarse en cuerpo y alma a los demás, con toda su gratitud y sabiduría. Eso era lo que la hacía tan especial. Los duros momentos, grises y oscuros, de luchas internas, aprendiendo a darse a los demás, se habían acabado. Para Acuario servir a la humanidad, era saber que formaba parte de un plan muy especial y que ella, tenía un papel vital que aportar. Gracias a su gran humanidad, podía garantizar y sostener la conciencia global, así como mostrar donde se halla el verdadero hogar.
Cuando Acuario, se colocó en su trono, Handirae, había llorado de emoción, pues finalmente todos iban a poder beneficiarse de lo que es el verdadero amor.

El duende y Acuario quieren mostrarnos algo, nos piden que los sigamos. Los seres elementales que nos acompañan, hacen lo mismo. Algunos, los que revolotean sobre nuestras cabezas, ya saben a dónde nos dirigimos. Otros, los más rezagados, corren siguiendo las huellas que dejamos, porque no quieren perderse nada.
Paseamos por el Bosque en silencio, observando todo aquello que nos encontramos. Disfrutamos del momento.

(pausa)

Una espesa nube de águilas, se acerca a nosotros. Se han enterado de que hoy vamos a sentarnos definitivamente en nuestro trono. Según nos comentan, Handirae las ha enviado, su deseo es que todos nosotros la conozcamos como en realidad es. Alcanzamos un amplio lugar, precioso, espectacular. La llanura está guarnecida de preciosos jardines reales, y los jardines a su vez, rodean un peculiar templo. Se trata del Templo de Miguel. Quedamos extasiados, observando la fuerza que desprende el lugar. Es impresionante sentir la calidad de hogar que se vive allí, con sólo entrar. El palacio, luce una cúpula de cristal en la que se refleja el mismo cosmos. Entramos. Un elegante y apuesto caballero, nos está esperando. En su cinto porta una espada, es el arma con la que aplica la Ley. Su belleza y su poder son inalcanzables. Nos observa con una gran ternura y unas verdaderas ganas de que tomemos posesión de nuestros respectivos tronos. Es un día muy anhelado para todo el cosmos. Es la primera vez que la humanidad alcanza su lugar de poder, de ese poder, idéntico al de Miguel, y al de ningún otro.
Nos indica que pasemos. Caminamos por un suelo translúcido. A nuestros pies no hay nada, más que el vacío cósmico. Miguel nos conduce a una puerta de Luz y destellos dorados que lo inundan todo. Hemos llegado a la Cámara del Trono. Solamente Miguel puede abrirla, sabe todo de nosotros, por eso tendrá que tomar la decisión de dejarnos entrar o no. Todo depende de nuestra verdadera intención. Si hemos llegado hasta aquí con la humildad y la intención clara de completarnos, para no depender nunca más de nada ni de nadie, tendremos acceso asegurado, en caso contrario tendremos que regresar y esperar otra ocasión.
La puerta se abre. Entramos en la sala. No hay absolutamente nada. Sólo vacío y silencio. Miguel nos pide que avancemos. La sensación es que nos vamos a caer al vacío.
En el instante preciso en el que decidimos avanzar, sin dudar y con la fe como abanderada, un precioso trono aparece ante nuestros ojos. Es el trono de poder, el asiento de la individualidad del Ser. Como sabemos, sino conectamos con nuestra individualidad, jamás podremos alcanzar la globalidad. El Uno y el Todo son eso.
Tomamos asiento. Al hacerlo, sentimos como todos los canales de todos nuestros cuerpos y aspectos, comienzan a sufrir una vibración muy especial. Una vibración que llega desde lo más profundo de nuestro Ser. Todo se recoloca, cada cosa en su lugar, todo se desplaza, y todo se reconfigura de nuevo, recuperamos los códigos de quienes somos… Y permitimos que todos estos movimientos lumínicos, fotónicos y vibratorios hagan su trabajo…

(pausa)

Cuando abrimos los ojos vemos a Miguel ante nosotros, trae consigo la vara de poder, es una especie de haz de luz, que coloca en nuestro corazón, únicamente cuando estamos preparados para ello. Esta vara servirá para activar nuestra divinidad. Es el poder de la conciencia sagrada, de la conciencia de la humanidad de la nueva tierra. Miguel coloca la vara en nuestro corazón. Al instante, sentimos como algo en él, cristaliza. La vara ha alcanzado nuestra esencia primigenia. Ésta ha cristalizado, generando bellos fractales lumínicos. Es entonces cuando Miguel se despide de nosotros. Aprovechamos para darle las gracias por haber sido un gran referente para todos y ensañarnos donde se halla el verdadero poder.

Al salir del templo, somos testigos de cómo Leo y Acuario, como dos enamorados, se entregan el uno al otro. Él parece un firme reflejo de Miguel y ella, con su simpatía y con idéntico poder, luce toda su sabiduría, para mostrársela a todos, pues esa es en realidad su función.
Los seres elementales, se sienten más emocionados que nunca antes, por fin los humanos se han entronizado, por fin cada uno sabrá quién es y de ese modo respetará al otro. Celebran que el conflicto haya terminado y que a partir de ahora, nadie imponga su poder sobre el otro.
Salomé, nos hace una señal. Parece que el anciano duende, tiene una sorpresa para todos. Nos indica que miremos hacia la arboleda del fondo. A lo lejos observamos una silueta que avanza en dirección a donde nos encontramos. Algunas ninfas y algunas hadas, muestran su asombro. Dariel nos indica que ella es la Madre, que ella es la niña que siempre tanto ha amado. Ella es el ser que sostuvo con su fortaleza, el vacío de amor en cada una de nuestras vidas, para que ninguno de nosotros perdiéramos jamás el útero al que regresar, cuando nuestra finalidad hubiera llegado a término.
Handirae, con una larga cabellera y un vestido hecho de encaje y seda, parece flotar. Finalmente, cuando llega tiene el deseo de besarnos y abrazarnos a todos.
Sentimos su abrazo y el tierno beso y nos quedamos disfrutando de este entrañable momento.

(pausa)

Agradecidos como nunca antes lo hemos estado por este especial día, advertimos que es el momento de regresar. Conscientes de la intensidad del día, con el Amor de la Madre y anclado nuestro poder, nos disponemos a volver.
Sin perturbar el silencio y la paz que lo invade todo, dejamos este mágico lugar…
Hemos alcanzado el Bosque y hemos estado en el Templo de Miguel, siempre que lo deseemos podemos volver. Salomé nos sonríe, invitándonos a descubrir su reino. El anciano cascarrabias, está tan contento porque Handirae ha dado con él, que se ha olvidado de nosotros. Los observamos, sentados sobre un tronco, cogidos de la mano, recordando viejas historias. Podemos escuchar sus risas y el amor que sienten el uno por el otro.
El resto de duendes, hadas, silfos y salamandras, así como, las ninfas y otras muchas clases de gnomos, nereidas y ondinas, aplauden incansables. Nos despedimos de todos y poco a poco, sentimos como regresamos… El vórtice de luz aparece de nuevo ante nosotros…
Sentimos su mágica atracción y nos sumergimos en su interior…
Entramos de nuevo en el más profundo silencio y poco a poco, de vuelta a nuestro Corazón Sagrado, sentimos como la burbuja de conciencia, se eleva y nos conecta con nuestro cuerpo de nuevo…
Sentimos las extremidades, el tronco y la cabeza y lentamente podemos ir abriendo los ojos…
Feliz Luna Llena a Todos…